martes, 16 de junio de 2009

El Genocidio Armenio G.H.Guarch

EL GENOCIDIO ARMENIO Y LOS LIBROS DE G. H. GUARCH
02/04/2009
Gonzalo Guarch. Armenia Press.Los armenios son el pueblo cristiano más antiguo del mundo, ya que desde el año 301 adoptaron la religión católica como religión oficial del estado. Después, con el Concilio de Calcedonia, eligieron el monofisismo y su patriarca supremo es el Catolicós de todos los armenios, en este momento Su Santidad Gareguin II, con sede oficial en Echmiadzin, con una impresionante iglesia de 1.400 años de antigüedad, que más parece salida de un cuento que de la realidad. Echmiadzin, al que se podría considerar el vaticano de la iglesia armenia, se encuentra apenas a 20 km. de Erevan. Por cierto, el patriarca, que ya nos había recibido en un viaje anterior, volvió a hacerlo en éste. Se trata de un hombre afable, diplomático, culto, ponderado, con un importante acercamiento al Vaticano.Los armenios están convencidos de que en un futuro más o menos cercano, ellos también pertenecerán a la Unión Europea, lo que tendría mucho sentido no por su fe, que coincide con la mayoría de los países europeos, sino por su cultura, absolutamente occidental y europea, sus tradiciones, muy similares a las nuestras, y por su concepto vital, que increíblemente se podría considerar como mediterráneo, ya que son muy amigos de sus amigos, aman la buena mesa y los vinos, son gente cordial y hospitalaria, con gran sentido musical, como demuestra la cantidad de armenios que son maestros de las mejores orquestas de todo el mundo.Armenia es un país con grandes montañas, desfiladeros, torrentes de aguas cristalinas que bajan de las cumbres nevadas, valles perdidos en los que se pueden encontrar aún las iglesias, ermitas y monasterios, donde no es raro que te ofrezcan un piel de lobo, incluso de lince, los propios campesinos que los han cazado. Tanto los alrededores de Erevan, como muchos de los valles, se encontraban en estos momentos cuajados de flores de los albaricoqueros. Por cierto, el fruto nacional es el granado, existiendo muchas referencias a este árbol en su historia, tradiciones, literatura y artesanía.Cuando fui nombrado Miembro Honorario de la Academia de Ciencias de Armenia, su presidente, Fadey T. Sargian, me comentó que tal vez en Armenia tuvieran problemas económicos – que los siguen teniendo, aunque el país va mejorando con rapidez – pero que gracias a la inteligencia de los armenios, la gran base espacial que se está construyendo con la colaboración internacional, está funcionando. Efectivamente, los armenios son un pueblo dotado de una brillante inteligencia y están considerados entre los primeros en matemática avanzada, computación, astrofísica, física de los materiales, etc. No es raro que tengan brillantes maestros de ajedrez y hayan ocupado en muchos casos el número uno.Existen en Armenia extraordinarios pintores, escultores y artistas de todo tipo y condición, que ofrecen sus obras de arte en los mercadillos y en las mismas plazas y calles de la ciudad en los días festivos. A pesar de la importantísima cantidad de armenios de la diáspora que ocupan primeros lugares en las artes e industrias de todo el mundo – en París 400.000 armenios, en California cerca de un millón, etc. - Armenia es aún un lugar en el que el tiempo parece haberse detenido y eso le da un especial encanto y singularidad, acompañado por la sensibilidad y la amistad de sus gentes.El hecho de haber escrito “El árbol armenio” y posteriormente “El testamento armenio”, el primero de ellos traducido al armenio oriental y actualmente en ruso en una edición en Moscú, me ha proporcionado importantes relaciones de tipo cultural con innumerables armenios de todo el mundo. Eso me ha dado la oportunidad de conocer un pueblo extraordinario.Mi libro “El árbol armenio” surgió de la conversación que por azar mantuve con una armenia muy identificada con su historia y con su pueblo – como casi todos los armenios que he conocido después -, la Sra. Teresa Gindraux Agopian, con la que coincidí en la boda de la hija de una amiga común, en el Botánico, en Cádiz, hace ahora siete años. Por entonces había escrito y publicado algunas novelas históricas, entre otras “Historia de tres mujeres” sobre el conflicto de Yugoslavia, “Shalom Sefarad” sobre la expulsión sefardí y “El legado kurdo” sobre la situación del Kurdistán y de sus gentes.De aquella larga conversación surgió la idea de que yo podría escribir algo sobre la historia de su familia, los Matossián, por cierto, interesantísima. Después de una búsqueda de información y de documentarme adecuadamente, la idea inicial se transformó en “El árbol armenio”, una novela histórica dramática sobre el genocidio armenio de 1915, en el recuerdo de una generación que no lo vivió, pero que escuchó a sus mayores obsesionados por la tragedia. Ha pasado ya mucho tiempo, cerca de un siglo, y no comparto en absoluto la idea de muchos que afirma que es preferible echar tierra sobre algunas trágicas y dramáticas circunstancias de la historia. Si me permiten, pasaré a darles mi criterio sobre ello.El siglo XX, que apenas acabamos de abandonar y en el que hemos desarrollado gran parte de nuestras vidas, se recordará no solo por las dos terribles guerras mundiales que lo marcaron, sino por dos terribles tragedias humanas, en las que unos grupos de personas intentaron aniquilar a otros grupos por su pertenencia a etnias específicas, a culturas distintas o distintas religiones.Son los casos del Genocidio Armenio y del Holocausto Judío.Fue precisamente un judío polaco, Raphael Lemken, quien sugirió el término “genocidio”, que fue inmediatamente aceptado por la comunidad internacional, como la definición de la política destinada a aniquilar grupos específicos de personas por motivos nacionales o religiosos.Mis libros, “El árbol armenio” y “El testamento armenio”, son narraciones históricas noveladas en las que se recogen las circunstancias, personajes y lugares, así como las motivaciones políticas que dieron lugar al llamado Genocidio Armenio entre 1915 y 1916.Como en muchas narraciones noveladas, los protagonistas, narradores de la historia, son ciertamente personajes de ficción, al igual que muchos de los que aparecen a lo largo de las páginas de estos libros, pero sin embargo los hechos fundamentales, los actores del proceso que culminó con las deportaciones y las masacres, son reales y sus perversas políticas ocasionaron uno de los mayores crímenes cometidos y conocidos contra la humanidad.A pesar de ello, hoy, comenzando la primavera de 2009, Turquía sigue empeñándose en no reconocer el genocidio, en negarlo, sin comprender que ese paso podría significar una catarsis nacional, que le ayudaría en su transformación en una nación europea y moderna.La nación armenia, todos los armenios de la diáspora, desde aquellos muy mayores siguen recordando cuando tuvieron que huir de su país, para refugiarse en lugares lejanos como Francia, Suiza, Estados Unidos o Argentina, hasta los jóvenes armenios con uso de razón, que en muchos casos son ahora ciudadanos de derecho de otros países, aunque de corazón siguen perteneciendo a Armenia, a la Armenia de siempre que sigue estando ahí, aguardan el día de ese reconocimiento con impaciencia y con la certeza de que llegará, como un acto de justicia, que cierre definitivamente las heridas abiertas hace ahora ya casi un siglo.A finales de 1880 cerca de tres millones de armenios vivían en el Imperio Otomano. En la actualidad, en el interior de Turquía no llegan a 30.000. El 1% de una minoría cristiana que tuvo el estatus de ciudadano en un imperio musulmán en decadencia. Hay constancia que más de un millón y medio de estos armenios, cristianos y ciudadanos de este imperio, fueron masacrados por el solo hecho de ser lo que eran, armenios y cristianos.El sultán Abdulhamid II, un déspota sin principios, un cruel tirano, eliminó en 1895 a más de 300.000 armenios, haciéndolos culpables de todo lo malo que estaba sucediendo en el imperio, al comprobar que este se estaba deshaciendo como un azucarillo entre sus manos, por culpa de una mala administración, en muchos casos por la crueldad y venalidad de sus valíes, gobernadores y recaudadores de impuestos. En definitiva, por su incapacidad de transformarse en una nación moderna, acorde con los tiempos y las circunstancias.En los últimos decenios del siglo XIX, los armenios fueron sometidos a matanzas y saqueos constantes. Los Tratados de San Stefano y de Berlín exigieron a Turquía la introducción de las reformas precisas para evitarlos.Posteriormente, tras el golpe de estado de los “Jóvenes Turcos”, que llegaron al poder hablando de democracia y de voluntad de integración, pretendiendo modernizar el país y mantener el estado multiétnico y multiconfesional, para transformar de inmediato su ideología una vez que lo obtuvieron, hacia un panturquismo radical, en la que se veía a los cristianos, griegos, asirios y, sobre todo, armenios, como una amenaza para la Turquía que ellos concebían. El plan de exterminio se elaboró en secreto en 1911 en Salónica por el gobierno de los Jóvenes Turcos.El trágico drama comenzó el 24 de abril de 1915 y llevó a Turquía al desastre, a los armenios a la diáspora o a refugiarse en las perdidas montañas del Cáucaso, en una parte mínima de lo que había sido el Reino Armenio, el país de los Ayastán, la primera nación que reconoció el cristianismo como religión oficial del estado.El Parlamento Europeo, en su sesión del 14 de noviembre de 2000, instó al Gobierno Turco a reconocer el Genocidio Armenio. Posteriormente, el Parlamento Francés, probablemente la nación que más ha hecho por Armenia y por los armenios, el 18 de enero de 2001 aprobó por unanimidad la ley que condena al Genocidio Armenio. En la actualidad, la Corte Penal Internacional es el instrumento del que la comunidad de naciones se ha dotado para intentar evitar que vuelvan a suceder hechos semejantes. A lo anterior respondió el gobierno turco con un decreto el 14 de abril de 2003, del Ministerio Turco de Educación Nacional, enviando un documento a los directores de los centros escolares, en los cuales se obliga a los alumnos a negar la exterminación de las minorías y fundamentalmente la de los armenios.Así lo entendieron los “Jóvenes Turcos”, que mal asesorados entendieron que la única salida era eliminar “al otro” en todos los sentidos, es decir, no sólo su cultura, su arquitectura, su religión, sino físicamente, a esa raza que estorbaba a la gran alianza entre dos pueblos llamados – según creían ellos – a altos fines. Y a partir de ese momento los armenios estaban sentenciados. Y el mundo hizo muy poco por evitar la masacre, la gran catástrofe, mirando como muchas otras veces hacia otro lado, a veces sin querer creer que algo así pudiera estar sucediendo, como se repetiría años más tarde en el holocausto judío.El genocidio de Armenia abrió la puerta a otros muchos genocidios del siglo XX, que para oprobio de los que en él hemos vivido parte de nuestra existencia, se recordará en la historia como un siglo en el que el hombre era un lobo para el hombre y así armenios, judíos, kosovares, tutsis de Ruanda, etc. etc.Por eso lo que ocurrió en Armenia tiene una enorme importancia en la historia de la humanidad. Por eso, no debemos olvidar lo que entonces ocurrió, e investigar cuáles fueron los motivos, las justificaciones, las filosofías y las políticas que se dieron para que tal hecho ocurriera. ¿Podía quedar impune algo semejante? Estos libros están dedicado al pueblo armenio, que ha sabido renacer de sus cenizas, demostrando una enorme capacidad para sobrevivir como una comunidad moderna, integrada en los distintos países, cuyo único afán es trabajar en paz, manteniendo al menos un hilo de su cultura ancestral, queriendo evitar que el viento de la historia cubra de polvo esa memoria, convencidos de que lo peor que puede sucederle a un ser humano es el desarraigo de lo suyo, porque entonces se encuentra perdido y todo deja de tener sentido.Para mí, como escritor, “El árbol armenio” y “El testamento armenio” me han permitido comprender muchas cosas a lo largo de la investigación documental que tuve que efectuar para ir creando las piezas del gran puzzle, en el que esta historia novelada se convirtió. Este libro no pretende más que convertirse o ser un homenaje a las víctimas no sólo de ese genocidio, sino al de todos los genocidios de la historia.Hace un tiempo recibí un e.mail del Presidente de la Unión de Escritores Armenia, Levón Ananyan. En esa misiva me decía algo que me llegó muy hondo, permítanme que les lea un párrafo: “Muy estimado señor Guarch:Ya han pasado algunos meses tras nuestro inolvidable encuentro, no obstante nosotros nos acordamos de Ud. casi todos los días en cualquier ocasión y siempre con amor y reconocimiento, incluyendo el nombre de Ud. en la sublime lista de tales figuras señeras e intelectuales progresistas, grandes amigos de nuestro pueblo quienes alzaron su voz condenando el genocidio armenio y descubriendo la irrefutable e histórica verdad al mundo que fingía sordo y mudo.Ud. vino a nuestro país para ver con sus propios ojos la difícil independencia del pueblo armenio y estimó su digna lucha tanto en el pasado como en el presente, su voluntad inquebrantable en aras de establecer su propio lugar bajo el sol.”Periodistas como Arthour Ghoukassian me apoyan moralmente cada día, para que no ceje en mi empeño de seguir escribiendo sobre todo ello. Actualmente estoy escribiendo “La montaña blanca”, que constituirá con los otros dos libros la trilogía dedicada a la disolución del Imperio Otomano y al Genocidio Armenio. Recibo ánimos y mensajes de apoyo de muchísimos armenios de todo el mundo, y eso me ayuda a vencer la fatiga y a seguir en el empeño día tras días.Escribir estos libros, su gestación, las noches en vela, el cansancio, ha merecido la pena, porque por primera vez un escritor español había conseguido entrar en la zona más íntima, en el corazón de personas que ya no están entre nosotros, de un extraño y lejano mundo llamado Armenia, un lugar exótico para casi todos nosotros, que nos habla de una antigua cultura, de gentes aferradas a su religión y a su lengua, de hombres y mujeres fuertes, capaces y muy lejanas.En Turquía, en Anatolia, en lo que fue un día el Reino de Armenia, quedan miles de vestigios de aquella cultura, de una forma de vida, de una civilización cristiana, de centenares de iglesias y ermitas abandonadas y semiderruidas, de esas estelas de piedra marcando los cruces de los caminos, que demuestran que en un tiempo todo aquellos fue algo diferente, por mucho que se empeñen en ocultarlo, en arrasarlo y en decir que todo es falso, que no hubo genocidio, que Armenia no existió, que apenas fue una pequeña comunidad. Pero las piedras son tozudas y al final la historia pone a cada uno en su lugar.Gracias a historiadores de la categoría de Pascual C. Ohanian, Vahakn Dadrian y Kevorkian o Ternon, y otros muchos historiadores y estudiosos del genocidio, que han permitido que no se olvide entre las nuevas generaciones. Estos libros son también la historia de la disolución del Imperio Otomano y de cómo las ambiciones de unos cuantos pueden destrozar la vida de muchos.Escribir estos libros me ha permitido comprender muchas cosas a lo largo de la investigación documental que tuve que efectuar para ir creando las piezas del gran puzzle, en el que esta historia novelada se convirtió. Este libro no pretende más que convertirse o ser un homenaje a las víctimas no sólo de ese genocidio, sino al de todos los genocidios de la historia.La vida del un solo hombre debe ser sagrada para todos. Como dijo Dostoyeski “todos somos responsables de nuestros actos delante de todos”.

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